viernes, 15 de julio de 2016

Cuando el viaje viene a uno...



Con anterioridad os he hablado de mis viajes a Amsterdam. En la última ocasión que lo hice viajé a través de una aplicación de internet, en dicha página uno ofrece una habitación libre en su propia casa o tal vez la casa entera; en aquella ocasión fue solamente una habitación.

Decir que fue una experiencia que me satisfizo es quedarme corta. Me permitió preguntar cosas que habitualmente cuando uno viaja no tiene oportunidad de preguntar a no ser que se tope con un lugareño y pude conocer a unas personas maravillosas.
La casa era un ático con terraza superior que nos permitió ver amanecer y atardecer con unas vistas privilegiadas y durante unos días llevar la vida de un lugareño.

Tengo la suerte de vivir en un piso con dos habitaciones por lo que en cuanto regresé a casa puse manos a la obra para convertir mi hogar en un lugar de bienvenida para aquellos que cómo yo deseaban viajar a éste maravilloso país en el que resido huyendo de las grandes cadenas comerciales y palpando la realidad de vivir aquí (en otra ocasión os hablaré de éste país).

No puedo viajar todo lo que desearía, en realidad estoy trabajando para conseguirlo, por lo que hablando con el último de los "huéspedes" que he tenido en casa vocalicé en una frase el reflejo de mi experiencia.

SOY VIAJERA, POR LO QUE SI NO PUEDO VIAJAR HAGO LO POSIBLE PARA QUE EL VIAJE VENGA A MI.

Viajar enriquece en todos los aspectos, te reta, te enamora, te desencanta, te enseña. Y todas aquellas personas que han pasado por mi casa me han enriquecido.

Esta semana he tenido hospedados a tres personas de dos lugares distintos. Melbourne y Melilla. Cuan diferentes son y al mismo tiempo que parecidos que somos todas las personas. El comportamiento entre personas es prácticamente igual en todos los lugares del mundo. Tenemos curiosidad por conocer sobre los demás, sobre la forma de vida que tenemos allí donde residimos, por cómo nos relacionamos con nuestro entorno, es decir y resumiendo mucho, preguntamos sobre los trabajos, las familias, los amigos.
Somos capaces de compartir, desde un plato de sopa hasta nuestro tiempo e inquietudes.
Pero sobretodo queremos entendernos, utilizamos traductores, signos o canciones para que nuestra comunicación sea mejor.

He interiorizado lo pequeña que es España comparable con otros países, como Canadá, de dónde es uno de los huéspedes y que tardó 14 días en cruzar en coche su país de Este a Oeste. Me contó que el sistema de transporte ferroviario en Canadá es antiguo y lento y que la mayoría de canadienses prefieren viajar en autobús.
Es un país que espera incrementar su población en 10 millones de personas en los próximos años, pues realmente consideran que todo el mundo es necesario.

Y al mismo tiempo he tenido la visita de dos españoles procedentes de Melilla que me han explicado sobre la dificultad de residir en un lugar rodeado por tres vallas de protección en la última frontera de Europa. Dónde todos los días la ciudad se ve más que duplicada en población y dónde el paro también es pan de cada día. Dónde la lucha por permanecer vivo y con esperanza se palpa calle a calle y dónde el sentimiento de amor por la patria es llevado casi hasta el extremo.

Tal vez algún día pueda ver con mis ojos todos esos paisajes y situaciones que he imaginado a través de sus narraciones. Hasta entonces voy a continuar planificando mi próximo viaje.


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